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lunes, 8 de noviembre de 2021

Breve historia del veneno, el protagonista más silencioso

 

Breve historia del veneno, el protagonista más silencioso

INTRIGAS

Desde las sustancias vegetales al polonio, los tóxicos se han utilizado para deponer mandatarios y cambiar equilibrios de poder

La injusta mala fama de Lucrecia Borgia

Las drogas en Grecia y Roma

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Cleopatra, en el momento de suicidarse con la mordedura de un áspid

 Heritage Images / Getty

Como símbolo de estatus, como pena de muerte, como arma a veces fulminante y otras agónica, pero a menudo silenciosa y sutil, el veneno ha sido un protagonista muchas veces determinante (aunque casi siempre oculto) en la historia. Tal como recopila la catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla Adela Muñoz Páez en su libro Historia del veneno: De la cicuta al polonio (Debate), la evolución de estas sustancias es también la historia de intereses espurios, luchas de poder entre las sombras, asesinatos anónimos y hasta grandes matanzas. Aunque, en algunos casos, también de atajos hacia una muerte digna.

Sócrates le dio la posibilidad de tener una “muerte dulce” inducida por una copa de cicuta, tras ser condenado a pena de muerte en el año 399 a.C. Sin embargo, tal como aclara Adela Muñoz Páez en diálogo con La Vanguardia, para que la de Sócrates pudiera ser una muerte plácida, la copa que bebió tuvo que tener algo más que veneno. “Cuando la cicuta entra en el cuerpo, como con cualquier sustancia tóxica, éste intenta expulsarla y da lugar a una agonía”, apunta la autora, y agrega que “para que fuera una muerte relativamente rápida y con poco dolor, se supone que lo que le dieron también debía de tener algún opiáceo o alcohol (o ambas)”.

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La muerte de Sócrates, vista por el pintor Jacques-Louis David, en 1787

 GraphicaArtis / Getty

Este tipo de muerte era un privilegio elitista, reservado sólo para aquellos reos que pudieran costearlo. En el caso de Sócrates, sus discípulos lo pagaron por él. Hoy en día, una combinación parecida se utiliza como pena de muerte en algunos países. “No se ha avanzado tanto en el conocimiento de sustancias que puedan quitar la vida de forma rápida y relativamente incruenta. La sustancia activa de la cicuta es parecida a la de la inyección letal”, asegura la química.

Mitrídates VI, rey de Ponto desde 120 a.C. hasta su muerte en 63 a.C., pasaría a la historia no sólo por ser una de las peores pesadillas para los generales romanos, sino también por su incesante búsqueda de un antídoto universal, que lo pudiera proteger de todos los venenos de su época. Esa obsesión, sin embargo, se le terminaría volviendo en contra.

Sócrates probablemente fue drogado además de tomar cicuta; si no, su muerte no habría sido plácida

Después de que su hijo lo traicionara, Mitrídates se vio sin escapatoria y, al igual que Sócrates, quiso recurrir al veneno para asegurarse una muerte no dolorosa. Pero, después de años de antídotos y pruebas con venenos, no hizo efecto y tuvo que pedirle a un ayudante que lo atravesara con una espada.

“Tuvo una infancia muy turbulenta. Hasta su propia madre intentó terminar con él”, cuenta Muñoz Páez sobre Mitrídates, cuyo padre murió envenenado en un banquete. “Estuvo toda su vida obsesionado con dotarse de sustancias que lo hicieran inmune al veneno”, asegura, y agrega que tenía médicos personales dedicados a investigar venenos y probar sus efectos en esclavos. “Es posible que él mismo tomara pequeñas cantidades de sustancias tóxicas que no lo hacían inmune pero sí resistente. Además era un hombre corpulento, lo que seguramente le permitía tener mayor tolerancia. El cuerpo humano se va adaptando y, con el tiempo, puede desarrollarla”, explica la autora.

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Una imagen de Lucrecia Borgia en torno a la cual circuló la leyenda negra del uso de venenos

 Print Collector / Getty

Un claro ejemplo de ello es el caso de un grupo de campesinos de los Alpes Estirios que, a principios del siglo XIX, comprobaron haber adquirido una tolerancia a una dosis de arsénico considerada mortal. ¿El motivo? Llevaban años utilizándolo como condimento para sus comidas.

Cleopatra VII , la última reina de la dinastía ptolemaica del Antiguo Egipto, el veneno de una cobra egipcia la salvó en el año 30 a. C. de algo que ella veía como aún más letal: caer en manos del primer emperador de los romanos, Octavio Augusto, quien supuestamente tenía planeado exhibirla como trofeo en Roma.

Cleopatra, Augusto... las fuentes clásicas recurren constantemente a muertes con sustancias tóxicas

La reina egipcia no sólo estuvo dispuesta a perder la vida para no ser expuesta de forma humillante sino que incluso se aseguró de cuidar su apariencia hasta después de la muerte. “No podía permitirse dejar un cadáver que no fuera hermoso, por eso se supone que empleó el veneno de la cobra, que es más eficaz”, asegura Muñoz Páez, y explica que “El veneno de los animales es mucho más complejo que el de las plantas, porque es un veneno neurotóxico que actúa de forma casi fulminante y no causa efectos indeseables, como espasmos musculares en todo el cuerpo o una deformación de la cara”.

En el mundo grecorromano, el veneno no sólo sirvió como vía de escape sino también como arma arrojadiza en las altas esferas de poder. En los primeros años del imperio romano, ayudó, según algunos autores clásicos, a que emperadores como Tiberio se hicieran con el trono.

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Luis XIV invita a Molière a compartir su cena, representado en una pintura del siglo XIX

 Gérôme, 1863.

La leyenda en torno a los venenos tuvo su continuidad en la Edad Media y en la era renacentista. En la época de los Borgia , “los papas, cardenales, obispos y nobles, llevaban consigo a estos probadores, lo que nos da una idea de la presencia especial que tenía el veneno. Era un arma usada de forma indiscriminada por personas con poder para librarse de sus enemigos”, asegura Muñoz Paez.

El veneno también destacó en los juegos de poder que se libraron de manera silenciosa en la Europa de los siglos XVI y XVII. El mayor escándalo de la época quizás haya sido el ‘Asunto de los venenos’ durante el reinado de Luis XIV . Tras una extensa investigación policial entre 1677 y 1682, se desenmascaró una red de complicidades y envenenamientos pactados entre varios miembros de la nobleza con brujas y hechiceros. La más escandalosa fue la alianza de la amante favorita del rey, madame de Montespan, con la bruja ‘la Voisin’, la cual habría confesado, antes de ser quemada en la hoguera, que su clienta no sólo tenía planes de envenenar a su máxima rival, mademoiselle de Fontanges, para retener el favor del monarca, sino incluso al propio Rey Sol.

Las cortes reales en la Edad Media y la Edad Moderna no fueron ajenas a la leyenda (o realidad) de los venenos

El siglo XIX fue el principio del fin para el arsénico, que durante siglos había sido la sustancia tóxica más empleada como veneno, al ser imposible de detectar con cualquiera de los sentidos y de muy fácil acceso (era usado para el control de plagas). José Buenaventura, considerado el padre de la toxicología, fue quien lo destronó como el rey de los venenos, al detectar las propiedades que hasta el momento lo hacían pasar desapercibido.

Durante el siglo XX, otras sustancias tóxicas pasaron a ocupar el protagonismo. El cianuro fue la base utilizada para las cámaras de gas en los campos de exterminio nazi. “Se llevó a cabo el asesinato sistemático y a escala industrial de muchísimas personas judías, homosexuales, gitanos, y enfermos mentales. Era el envenenamiento más rentable, ya que con el menor gasto podía acabar con el máximo de personas”, explica Muñoz Páez.

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Latas del tristemente célebre Zyklon B, utilizado en los campos de exterminio

 Scott Barbour / Getty

Los jerarcas nazis también utilizaron el cianuro como vía de escape hacia el final de la Segunda Guerra Mundial. Antes de pegarse un tiro, Hitler ingirió una cápsula con este veneno junto a su esposa Eva Braun. Pero quizás el final más escalofriante fue el de Joseph Goebbels , el ministro de propaganda nazi, y su esposa Magda, quienes antes de suicidarse mataron a sus seis hijos con chocolatada envenenada. “Me parecía imposible que una madre pudiera matar a todos sus hijos de esta forma tan premeditada. Pero efectivamente, ella estaba convencida de que el mundo que quedaría después del régimen nazi no merecía ser vivido”, asegura Muñoz Páez.

El cianuro también estuvo detrás de la muerte de uno de los mayores héroes de la Segunda Guerra Mundial, el matemático inglés Alan Turing , quien descifró el código Enigma, utilizado por el ejército alemán. Tras ser condenado por su orientación sexual, fue sometido a una castración química.

Venenos que antes se creía que no dejaban rastro ahora sí se pueden detectar

“Eso alteró su organismo de una forma brutal, lo hizo impotente, le crecieron las mamas, y pudo afectarlo mentalmente”, dice Muñoz Páez sobre Turing, quien finalmente se quitó la vida al morder una manzana envenenada. “Desde pequeño, él estaba obsesionado con la bella durmiente, que tuvo el mismo final”, dice la autora.

El talio también se abrió paso durante el siglo XX. Al igual que el arsénico, el talio no tiene sabor ni olor y tiene una ventaja adicional: no hace efecto hasta dos o tres días después de ser ingerido, lo que ayuda a eliminar los rastros de asesino. “Mientras gobernaba Irak, Sadam Hussein lo utilizaba con sus enemigos de alto nivel. Los despedía con un té en la frontera y, si no eran diagnosticados, morían”, apunta Muñoz Páez.

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Alexander Litvinenko, en un hospital de Londres en noviembre de 2006

 Natasja Weitsz / Getty

Ya en el siglo XXI, el polonio generó un alto impacto, al matar en 2006 en Londres al antiguo miembro de la KGB Alexander V. Litvinenko. “A diferencia del resto de los venenos en el libro, no es un veneno químico, sino una sustancia radioactiva. Este envenenamiento llamó su atención por su crueldad, ya que fueron tres semanas de agonía, y por su altísimo coste, ya que para fabricarlo hacía falta un reactor nuclear”, detalla la química.

A pesar de su oscura historia, los venenos también pueden servir para ofrecer una muerte digna. “Nos volvemos a encontrar con la inyección letal y la cicuta de Sócrates, con un sedante fuerte y una sustancia paralizante, que pueden servir para que muera una persona con una vida tan dura que no quiere seguir viva”, apunta la autora, que profundiza este tema en su libro La buena muerte. Eutanasia para profanos (Debate).


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