En un ensayo sobre la visión de la historia de Tolstoi el gran historiador de la ideas
Isaiah Berlin usa el fragmento recién citado del poeta griego Arquíloco para clasificar
a los seres humanos en dos grandes categorías: aquellos (los erizos) que buscan
ordenar sus conocimientos y experiencias en un sistema único, basado en un
principio que todo lo abarca y explica (por ejemplo, la Providencia divina o las así
llamadas leyes de la naturaleza, la razón o la historia), y aquellos (las zorras) que
pueden vivir con una multiplicidad de vivencias y explicaciones, sin tratar de
integrarlas en un todo coherente ni buscando un sentido común a la diversidad de la
experiencia humana. -Los erizos tienen, según nos dice Berlin, una visión “centrípeta”
de la vida, mientras que por su parte las zorras “llevan vidas, realizan acciones y
sostienen ideas centrífugas” (Berlin 2009:39).
Los erizos son, por definición, los
grandes planificadores y pueden realizar obras portentosas, pero tienden a amenazar
la diversidad y la tolerancia. Las zorras, por su parte, viven y conviven naturalmente
con la variedad y las contradicciones de la existencia, pero su vitalidad puede
fácilmente dispersarse y sus vidas transformarse en una experiencia caótica y
frustrante.
En una serie de comentarios escritos en 1980 bajo el título Isaiah Berlin, un héroe de
nuestro tiempo Mario Vargas Llosa saca la siguiente conclusión de la distinción
recién referida:
“Disfrazado o explícito, en todo erizo hay un fanático; en una zorra, un escéptico.”
(Vargas Llosa 1983:419)
“Disfrazado o explícito, en todo erizo hay un fanático; en una zorra, un escéptico.”
(Vargas Llosa 1983:419)
El erizo vive con la certidumbre del que posee
la verdad absoluta; la zorra, con la incertidumbre de la libertad.
Vargas Llosa se
define a sí mismo como una zorra y dice:
“todas las zorras vivimos envidiando
perpetuamente a los erizos. Para éstos la vida siempre es más vivible.” (Ibid:420)
A
pesar de ello, prefiere el predicamento vital de las zorras:
“aunque sea más fácil vivir
dentro de la claridad y el orden, es un atributo humano irremediable renunciar a esta
facilidad y, a menudo, preferir la sombra y el desorden.” (Ibid)
Leí este texto de Vargas Llosa hace ya unos treinta años. Por aquel entonces luchaba,
en una pequeña y encantadora ciudad del sur de Suecia llamada Lund, con mis
propios demonios que no eran muy distintos de aquellos con que Vargas Llosa había
luchado durante los años 70: ambos teníamos un pasado marxista-revolucionario y
habíamos creído en el advenimiento del paraíso comunista. Ahora estábamos ambos
en un camino que nos alejaba para siempre de los jardines dorados de la utopía, pero
Mario había llegado mucho más lejos en el viaje hacia un sueño más modesto y por ello más humano. Leerlo fue un consuelo inapreciable para ese sentimiento de
orfandad que aqueja a quienes abandonan el círculo encantado de aquellos que se
creen elegidos para ser los mesías de la liberación humana.
Pero la lectura del texto de Mario Vargas Llosa significó para mí mucho más que un
consuelo o el aprovisionarme de nuevos argumentos para comprender los peligros y
la fuerza seductora de la utopía revolucionaria.
Descubrí, además, algo inquietante y descorazonador: yo nunca podría, como Mario, decir “nosotros, las zorras”.
El era una zorra que por un tiempo trató de ser erizo, mientras que yo era un erizo que luchaba consigo mismo para combatir, o por lo menos mantener bajo control, su propia naturaleza, buscando para ello ponerse al alero de la doctrina de las zorras, aquel liberalismo abierto y terrenal que es la mejor protección contra aquella sed ilimitada de totalidad y orden de los erizos que transformada en sistema social se llama totalitarismo.
Descubrí, además, algo inquietante y descorazonador: yo nunca podría, como Mario, decir “nosotros, las zorras”.
El era una zorra que por un tiempo trató de ser erizo, mientras que yo era un erizo que luchaba consigo mismo para combatir, o por lo menos mantener bajo control, su propia naturaleza, buscando para ello ponerse al alero de la doctrina de las zorras, aquel liberalismo abierto y terrenal que es la mejor protección contra aquella sed ilimitada de totalidad y orden de los erizos que transformada en sistema social se llama totalitarismo.
Con el tiempo tuve la oportunidad de conocer a Mario personalmente y él tuvo
incluso la amabilidad de dedicarme uno de sus conocidos artículos en El País (Vargas
Llosa 2005). Nos hemos encontrado en diversas oportunidades y diferentes lugares, y
siempre he podido constatar su calidez y su admirable capacidad para hacerse
alcanzable y cercano. Lo que mejor habla de su grandeza es que ésta nunca le haga
sombra a ese ser humano entrañable que es Mario Vargas Llosa. Ahora me he tomado
la libertad de escribir acerca de él como liberal. Otros lo han hecho y lo seguirán
haciendo en cuanto escritor. En lo que respecta al amigo Mario, lo dejo para la
próxima vez que compartamos un momento.
El presente trabajo es parte del libro que la Fundación FAES de Madrid publicó en
2011 bajo el título de Pasión por la libertad – El liberalismo integral de Mario
Vargas Llosa. Mario tuvo la gran gentileza no solo de leer el manuscrito sino también
de participar en el lanzamiento del libro en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en
mayo de 2011 (Vargas Llosa 2011).
Fue una ocasión inolvidable, como inolvidables
han sido tantas otras oportunidades en que –ya sea en Estocolmo o Madrid, Lima o
Buenos Aires– he tenido el privilegio de gozar de su compañía.
Mauricio Rojas
Lund, mayo de 2014
El presente trabajo es parte del libro que la Fundación FAES de Madrid publicó en
2011 bajo el título de Pasión por la libertad – El liberalismo integral de Mario
Vargas Llosa
Este texto se basa en varios capítulos de mi libro Pasión por la libertad publicado en Madrid por Gota a Gota/FAES en 2011. Forma también parte de La libertad y sus enemigos, publicado en 2013 en Santiago de Chile por la Fundación para el Progreso.
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