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miércoles, 19 de agosto de 2020

CONCEPTUALIZACIONES SOBRE EL ESTADO EN El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia

CONCEPTUALIZACIONES SOBRE EL ESTADO EN El Anti-Edipo. Capitalismo esquizofrenia
María Alejandra Pagotto
alejandrapagotto@yahoo.com.ar
(CONICET, IIGG, FSOC - UBA)
Fecha de aceptación: septiembre 11 de 2013
Fecha de recepción: julio 11 de 2013


RESUMEN
Este artículo analiza los aspectos centrales de la concepción del Estado en El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia (1972), en particular los desarrollos ofrecidos en el capítulo tercero: "Salvajes, Bárbaros, Civilizados". La innovadora figura del Estado surge de un juego polifónico, abigarrado, discontinuo y elíptico con Karl Marx a partir de la noción de Modo de producción asiático; con Friedrich Nietzsche considerando la noción de origen y domesticación; y con Sigmund Freud siguiendo la noción de latencia. Los rasgos centrales para su conceptualización se sintetizan en: 1) El Estado despótico (Urstaat) como momento paradigmático de todo Estado y 2) el Estado es entendido como máquina social, en su doble articulación: social (el sistema institucional socio político) y libidinal (el campo del deseo y la subjetivación).
PALABRAS CLAVE: Estado, Urstaat, capitalismo, Deleuze, Marx, Freud.

ABSTRACT
The article analyzes the key aspects of the conception of the State in The Anti-Oedipus. Capitalism and Schizophrenia (1972), in particular the developments offered in chapter three: "Savages, Barbarians, Civilized". The innovative idea of the State arises from a game polyphonic from the notion of Asian Production Mode (Karl Marx), from the concept of origin and domestication (Friedrich Nietzsche), and from the notion of latency (Sigmund Freud). The central features for conceptualization are summarized as follows: 1) The Despotic State (Urstaat) as paradigmatic moment of every State and 2) the State is understood as a social machine, in its double articulation: social (socio-political institutional system) and libidinal (the field of desire and subjectivity).
KEYWORDS: State, Urstaat, capitalism, Deleuze, Marx, Freud.

1. Presentación
En la saga Capitalismo y esquizofrenia de Gilíes Deleuze y Félix Guattari se despliega una filosofía política centrada en torno al análisis del capitalismo y sus desarrollos. Los textos que conforman esta saga son centralmente El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia (1972), Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia (1980) y las clases que Gilles Deleuze dictó en la Universidad de Vin-cennes durante el período comprendido entre la primera edición en francés de El Anti-Edipo y Mil Mesetas, respectivamente. El problema del Estado puede examinarse en una serie de capítulos de estos tres textos.
En este artículo se analizan algunas líneas teóricas alrededor de esta problemática presentes en El Anti-Edipo, en particular los argumentos presentados en el capítulo tercero: "Salvajes, Bárbaros, Civilizados", que permiten reconstruir los aspectos centrales de la concepción del Estado expresada por estos autores. Para esta presentación se tuvo en cuenta especialmente § 8 del capítulo referenciado de El Anti-Edipo, considerando que este dibuja un mapa de conceptos clave para abordar el problema del Estado en dos puntos centrales:
1) el Estado despótico (Urstaat) como momento paradigmático de todo Estado y
2) a partir del descubrimiento de las catexis inconscientes del campo social por el deseo, el Estado es entendido como máquina social, en su doble articulación: social (el sistema institucional socio político) y libidinal (el campo del deseo y la subjetivación).
El Estado como Urstaat1 se presenta como una problemática (v. Deleuze & Guattari, 2005) en el desarrollo del capítulo tercero al abrir un horizonte de sentido, una perspectiva inhabitual de argumentos sobre el Estado que obliga a pensarlo nuevamente. La particularidad de este abordaje consiste en la relación de coproducción de lo real histórico por las formaciones sociales y las formaciones deseantes. Sobre este terreno teórico se enlazan las tesis del § 8.
La problematización del Estado en El Anti-Edipo entra en un juego polifónico, abigarrado, discontinuo y elíptico con Karl Marx a partir de la noción de Modo de producción asiático; con Friedrich Nietzsche a partir de la noción de origen y domesticación; y con Sigmund Freud a partir de la noción de latencia. La construcción de la trama conceptual de El Anti-Edipo se despliega en una enunciación contrastada (v. Deleuze & Guattari, 2005) con esos tres grandes fundadores de discursividad, como los llamó Michel Foucault.
La enunciación filosófica de El Anti-Edipo, y esto se identifica claramente en el parágrafo que analiza esta presentación, es un interminable diálogo con estos tres autores a partir de ellos y contra ellos para pensar un problema de modo diferente a las tradiciones. Es una reactivación y creación de conceptos. Por eso, la escritura de las tesis de El Anti-Edipo es al modo de un palimpsesto.
A partir del entramado conceptual desplegado en el capítulo tercero puede reconstruirse una metodología de análisis del desarrollo histórico efectivo de la forma Estado en el capitalismo. La paradoja sobre la que gira el conjunto del desarrollo de dicho capítulo consiste en que en su funcionamiento el capitalismo se sirve del Urstaat como un límite interior inhibido. El Anti-Edipo sostiene que el Estado capitalista, aun en su versión "democrática", conserva un vínculo con el despotismo. Evidencia de esta relación es el estrecho vínculo entre el capitalismo y las "potencias de muerte", especialmente observable cuando el capitalismo derrama la antiproducción en la producción. La máquina social nunca funciona bien: "Es para funcionar que una máquina social no debe funcionar bien" (Deleuze & Guattari, 2005, p. 157). A diferencia de otras formaciones en las que esta instancia antiproductiva permanece externa y trascendente a la producción, en el capitalismo permanece incorporada a su propio funcionamiento en falla.
2. Deseo del Estado
En el § 8 el Urstaat ubica al Estado despótico en una situación especial como "origen", olvido y retorno. Esta situación especial como origen, fuera de cualquier línea temporal, conduce a los autores a indicar que el Estado no se formó progresivamente, sino que surgió ya armado. Es decir, la formación asiática -con el Estado que la expresa: el despótico- no es, para los autores, una formación social más entre otras, sino que está en el horizonte de toda la historia: es la formación de base, y sobre este origen pesa un olvido y su reactivación.
El Urstaat, el Estado despótico como categoría, funciona como el modelo de lo que todo Estado quiere o desea ser. El Estado como categoría prepara el terreno para la primera tesis del parágrafo: el Estado despótico es el origen, sobre él pesa el olvido y su retorno (latencia), siendo un solo Estado. La segunda tesis del parágrafo indica que el Estado es deseo de Estado. La conexión entre ambas tesis se sostiene en la operación teórica de colocar en primer plano que "no hay más que el deseo y lo social" (Deleuze & Guattari, 2005, p. 190) y el deseo forma parte de la infraestructura social.
En el campo del deseo la antiproducción es el correlato de la producción. El deseo inviste el campo social, de modo mediatizado por una instancia sociolibidinal de antiproducción denominada socius. Esta instancia de antiproducción, investida como cuerpo pleno o superficies de registro, se analiza en El Anti-Edipo bajo las figuras de la Tierra, el Déspota y el Capital. Estos tres elementos de tres máquinas sociales diferentes trabajan en el corazón del inconsciente. La producción social y la producción deseante se articulan en distintos tipos de aparatos históricos de socialización del deseo.
La conceptualización del Estado como posición del deseo en el campo social invalida una teoría del Estado en la que el poder procede por represión y/o ideología y en la que "no serían los dispositivos de poder los que agenciarían ni los que serían constituyentes, sino los agenciamientos de deseo las que expandirían las formaciones de poder" (Deleuze, 2004, pp. 20 - 21). El deseo de Estado es una manifestación más de un deseo enfermo, producido de tal modo, ya que nada queda separado del proceso de producción libidinal. El deseo no implica falta alguna y no es un elemento natural.
La dinámica del poder aplasta los puntos de formación del deseo o los deforma. Los códigos sociales operan deformando la producción deseante, subordinándola a las condiciones de reproducción de la estructura social2. El Anti-Edipo pone a la vista cómo la grandiosa fuerza constructora de Estados es la misma que otra fuerza que, actuando en el interior de la vida individual, construye la fortaleza del alma humana y su crueldad. Es el proceso de domesticación del deseo del animal - hombre, la constitución de formaciones coloniales íntimas. Por otra parte, la producción deseante no solo está atravesada por los códigos sociales, sino que también se agita por la emergencia de singularidades deseantes: las figuras esquizias o nómades.
3. El Estado como categoría
El capítulo tercero expone sucesivamente tres tipos de formaciones sociales: salvajes, bárbaros y civilizados. Estas tipificaciones, si bien remiten a la antropología británica del siglo XIX, nada tienen que ver con una cronología evolutiva en el desarrollo del capítulo.
Karl Marx había sintetizado en 1859 algunos ejes centrales -tanto teóricos como metodológicos- de sus estudios en el "Prólogo " a la Contribución a la crítica de la economía política.; allí, entre otros puntos, queda establecida sintéticamente la relación entre las formaciones sociales, los modos de producción y las formas de Estado; a partir de la sucesión de cuatro modos de producción: el asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués (v. Marx, 1975).
Deleuze y Guattari definen las formaciones sociales por procesos maquínicos, y no por los modos de producción. Junto a las tres formaciones sociales que dan título al capítulo (salvajes, bárbaros y civilizados) se despliegan tres categorías de máquinas sociales: territoriales o de linaje, despóticas y capitalistas, a las que corresponden tres formas de Estado. Estas diversas formaciones no son progresivas, sino que coexisten conformando una topología social.
Si bien Marx en el prólogo de 1859 sostiene que las nuevas formas "maduran" en el seno de las antiguas, indicando de este modo la coexistencia de elementos entre las distintas formaciones, en El Anti-Edipo la Historia Universal queda redefinida por sus cortes y sus límites, y no por la continuidad progresiva. Este posicionamiento teórico metodológico permite el desarrollo del objetivo central del capítulo tercero de El Anti-Edipo: mostrar cómo el capitalismo despierta en uno de sus límites la máquina despótica3.
En el § 8 la definición del Estado como categoría remite expresamente al texto de Marx Introducción a Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política de 1857, en el que metodológicamente queda establecido un movimiento de lo abstracto a lo concreto en el análisis histórico de las formaciones sociales. Este movimiento es reproducido en ElAnti-Edipo, lo cual permite que el Estado despótico, en su carácter paradigmático, exprese las relaciones dominantes de un todo no desarrollado o las relaciones subordinadas de un todo más desarrollado, por ejemplo, del Estado capitalista. Aunque el Estado despótico (como categoría más simple) haya podido existir históricamente antes que el Estado capitalista, "en su pleno desarrollo intensivo y extensivo ella puede pertenecer sólo a una forma social compleja, mientras que la categoría más concreta se hallaba plenamente desarrollada en una forma social menos desarrollada" (Marx, 2007, p. 24).
Este principio metodológico se recupera en una enunciación contrastada con la tradición marxista, ya que en ella el Estado despótico es una forma más; mientras que en El Anti-Edipo el Estado despótico, abordado como categoría y origen (Urstaat), deja de ser pensado como una forma particular, y aparece como un elemento común a las otras expresiones estatales. Sin embargo, probablemente este aspecto puede ser comprendido solo una vez conocido el Estado capitalista, y por lo tanto -como indica Marx- bajo su iluminación general (v. Marx, 2007).
La preponderancia en El Anti-Edipo de la noción de máquina social sobre la de modo de producción evidencia que las tesis de Deleuze y Guattari incluyen los desarrollos de las fuerzas productivas y las relaciones de producción en la descripción del funcionamiento de la máquina social, pero los exceden debido a que la tarea principal de la máquina social es codificar el deseo y el miedo que generan los flujos descodificados. El Estado es "una máquina, independiente de toda metáfora, en tanto que presenta un motor inmóvil y procede a diversas clases de cortes: extracción de flujo, separación de la cadena, repartición de partes" (Deleuze & Guattari, 2005, p. 147).
El motor inmóvil de las máquinas territoriales, referidas especialmente a las formaciones salvajes, es la Tierra. En el marco de la formación bárbara, el motor de la máquina despótica es el cuerpo del déspota y, finalmente, el de la máquina capitalista de las formaciones civilizadas es el capital.
Las distintas máquinas sociales tienen por constante la represión general y el registro de los flujos de deseo. Los tres géneros de registro-represión en la superficie de los flujos son: la codificación, la sobrecodificación y la axiomática de flujos descodificados, referidos, respectivamente, a cada una de las máquinas antes citadas. Mientras que las dos primeras máquinas operan codificando y sobrecodificando, la capitalista sustituye los códigos por una axiomática. A su vez, cada tipo de inscripción determinada (o representación) produce un movimiento objetivo aparente que deforma el deseo, más que representarlo. Los sistemas de representación varían en cada formación y se constituyen en tres sistemas diferentes: la crueldad, el terror y el cinismo, respectivamente.
La tesis central del § 8 sostiene que en el fondo de la inmanencia capitalista y su axiomática se reproduce el Urstaat trascendente como su límite vuelto interior. Este límite es uno de los polos entre los que oscila el capitalismo; el otro es la figura esquizofrénica -y sus máquinas deseantes-, entendida como el límite externo.
De este modo, en el capítulo tercero queda esbozada la contraposición y mutua articulación entre las máquinas sociales y las máquinas deseantes. Es decir, en lo social se establece una tensión entre las líneas de fuerzas que codifican los flujos y las fuerzas que los liberan (que encuentran su expresión en la figura de los nómades). Sin embargo, la contraposición teórica entre estos dos tipos de máquinas no implica que no puedan funcionar de modo acoplado, y el capitalismo es un claro ejemplo de esta alternativa, siendo "la única máquina social... que se ha construido como tal sobre flujos descodificados, sustituyendo los códigos intrínsecos por una axiomática de las cantidades abstractas en forma de moneda" (Deleuze & Guattari, 2005, p. 145).
El desarrollo del capítulo tercero pone a girar una situación paradojal en la que los elementos atrofiados y disfrazados, de barbarie y despotismo permanecen o retornan en la civilización y el capitalismo. El Urstaat es el límite interior inhibido de la forma estatal capitalista: la máquina despótica, como origen reprimido, retorna en la máquina capitalista. De tal manera, se despliega todo un juego de inhibiciones y retornos de elementos entre las dos máquinas. El § 8 indica que el Estado es "proteiforme, pero siempre un solo Estado. De ahí las variaciones, todas las variantes de la nueva alianza, sin embargo bajo la misma categoría" (Deleuze & Guattari, 2005, p. 226). Diversas máquinas, y una funcionando como momento paradigmático de todo Estado: el Urstaat. La relación de la máquina despótica con las otras dos no es de evolución, ni siquiera de simple periodización. El desarrollo del capítulo tercero indica que cada Estado histórico parece ser la reactualización de un Estado despótico, latente y supuesto en su carácter de originario o primordial.
En un sentido similar, en su Introducción de 1857 Marx reconoce la presencia de elementos de formas sociales anteriores en las formas actuales, y aclara que estos se encuentran de modo atrofiado o disfrazado; se diría que sobre ellos ha incidido el olvido y -posteriormente- un retorno que permite que puedan reconocerse en el presente, aunque se manifiesten de maneras transformadas.
El Estado despótico, correspondiente a lo que el marxismo ha conceptualizado como el modo de producción asiático, hace referencia a un momento paradigmático de todo Estado, un momento de abstracción, de idealidad y de trascendencia, el cual funciona como una dimensión objetiva de cada Estado histórico, incluido el capitalista. Procediendo en el estudio histórico por rupturas y saltos, rechazando la existencia de una jerarquía de las formaciones sociales y estableciendo un isomorfismo entre ellas, se establecen los principios teóricos centrales para trabajar el Estado como categoría.
4. El Estado despótico como origen y retorno
El § 6 del capítulo tercero de El Anti-Edipo describe el proceso de sobrecodificación de los flujos en la máquina despótica. La máquina bárbara, imperial y trascendente consiste en sobrecodificar los flujos sociales sobre el cuerpo lleno del déspota y de su aparato. La descripción que realiza Marx del modo de producción asiático muestra la existencia de un propietario único en las alturas, y las comunidades son solo poseedores hereditarios. Este propietario único es la condición previa de la propiedad común, y aparece como algo separado y superior a las numerosas comunidades:
El jefe aparece aquí como el padre de todas las comunidades particulares, con lo que tiene lugar la unidad común de todas. De aquí se deduce que el producto excedente ...pertenece a esa unidad más elevada..., que es la que, en definitiva, aparece como persona. (Marx, 1967, pp. 118-119)
El Estado despótico efectúa el primer gran movimiento de des-territorialización al otorgar unidad a las comunidades territoriales que conserva reuniéndolas, sobrecodificándolas, apropiándose del excedente del trabajo bajo la forma del tributo, como deuda infinita frente al déspota, padre o divinidad. La máquina despótica se encuentra cada vez que se movilizan las categorías de nueva alianza y filiación directa. El déspota está ligado directamente con Dios y conectado al pueblo. La máquina despótica es una
Megamáquina de Estado, pirámide funcional que tiene al déspota en la cima, motor inmóvil, el aparato burocrático como superficie lateral y órgano de transmisión, los aldeanos en la base como piezas trabajadoras. . Esto es lo que proporciona el carácter específico de la producción asiática: las comunidades rurales autóctonas subsisten y continúan produciendo, inscribiendo, consumiendo. Los engranajes de la máquina del linaje territorial subsisten, pero ya no son más que las piezas trabajadoras de la máquina estatal. Los objetos, los órganos, las personas y los grupos mantienen al menos una parte de su codificación intrínseca, pero estos flujos codificados del antiguo régimen son sobrecodificados por la unidad trascendente que se apropia de la plusvalía. (Deleuze & Guattari, 2005, pp. 201-202)
El Estado despótico se presenta como una unidad superior trascendente que integra subconjuntos relativamente aislados que funcionan separadamente y que deja subsistir las viejas inscripciones territoriales, en concepto de "ladrillos" sobre la nueva superficie. Los conquistadores imperiales son bárbaros -extraños, vienen desde afuera- y se vuelven acreedores infinitos. La deuda infinita es económica, de allí la forma tributo, y de existencia, de allí el problema del monoteísmo.
Dos textos prestan sus hilos para la explicación que hacen los autores en el § 8 del Estado despótico como el origen y retorno (latencia): La genealogía de la moral (1887) de F. Nietzsche y Moisés y la religión monoteísta (1939) de S. Freud. Despotismo y monoteísmo se llevan bien: los imperios universales abren el camino al monoteísmo (v. Nietzsche, 1987); "en un mismo tiempo la deuda infinita debe interiorizarse y espiritualizarse, la hora de la mala conciencia se acerca, será también la hora del mayor cinismo" (Deleuze & Guattari, 2005, p. 229).
Sigmund Freud en el estudio referido trabaja sobre la noción de latencia suponiendo una analogía entre la vida anímica de un individuo y los fenómenos de "psicología de las masas" (religiosos y políticos, especialmente). Sigue la fórmula de desarrollo de la neurosis: trauma temprano - defensa - latencia - estallido de la neurosis - retorno parcial de lo reprimido (v. Freud, 2007). La noción de latencia explica un efecto demorado, que permite comprender cómo "una tradición ignorada [ejerce] un efecto tan poderoso sobre la vida anímica de un pueblo" (Freud, 2007, p. 67). El Anti-Edipo, dejando de lado las tesis evolucionistas y las referidas a los orígenes contractuales de la moral y el derecho que presenta el texto freudiano, pone en acto el fenómeno de la laten-cia para mostrar el funcionamiento paradigmático del Urstaat: los imperios arcaicos, a pesar del "olvido radical" bajo el cual cayeron,
continúan estando presentes bajo las diferentes formas de Estados: imperios evolucionados, ciudades, Estados-nación modernos. El fenómeno de la latencia parte de la presuposición de tres órdenes de elementos: por un lado, la existencia de supervivencias de elementos de una historia pasada -fijaciones-; por otro lado, los elementos olvidados no son borrados sino reprimidos o desalojados, volviéndose inasequibles a la conciencia; y finalmente -tercer elemento-, tras largos períodos se produce el retorno de lo olvidado a través de sus transformaciones, oscurecimientos y desfiguraciones. Cabe aclarar que la persistencia de un elemento de la tradición se funda no en una comunicación, sino en el carácter compulsivo de los fenómenos de psicología de las masas.
El Estado despótico está en su virtualidad presente siempre en retirada y aquejado de latencia. Sus características centrales regresan mucho mejor en las formas sociales posteriores que le proporcionan una existencia concreta. La máquina despótica produce un Estado que es "origen o abstracción, es la esencia abstracta originaria que no se confunde con el comienzo" (De-leuze & Guattari, 2005, p. 205). El Urstaat es origen, es categoría. Los fundadores crean de "un golpe" el Estado y su ley; "en ellos impera aquel terrible egoísmo del artista que mira las cosas con ojos de bronce y que de antemano se siente justificado, por toda la eternidad, en la 'obra'" (Nietzsche, 1987, p. 99), es decir, en la construcción del imperio. Estos fundadores son los primeros en operar la "esencia interior" de todo Estado: una captura mágica (v. Deleuze & Guattari, 2008).
El § 7 del capítulo tercero describe el sistema de representación bárbara o imperial a partir del terror, la venganza y el resentimiento. Sobre estos elementos de registro los fundadores de Estado operan una mitificación, un origen, que será inhibido, olvidado y retornará. El Anti-Edipo coloca al Urstaat como origen, en el sentido que Nietzsche le otorga en La genealogía de la moral. El origen es una mixtificación y una falsificación de actos de violencia:
El "Estado" más antiguo apareció, en consecuencia, como una horrible tiranía, como una máquina trituradora y desconsiderada, y continúo trabajando de ese modo hasta que aquella materia bruta hecha de pueblo y de semianimal no sólo acabó por quedar bien amasada y maleable, sino por tener también una forma. (Nietzsche, 1987, p. 98)
La tarea genealógica destruye las ficciones, las reubica en sus comienzos azarosos y violentos. En el origen está la diferencia entre la acción y la reacción, porque, como aclara Deleuze (2008), la genealogía es "a la vez valor del origen y origen de los valores" (Nietzsche, 1987, p. 9). El origen está fuera del mundo y del tiempo; está del lado de los dioses, y al narrarlo se canta una teogonía (Foucault, 1992, p. 9). La relación entre la formación del Estado y la violencia gira en torno a la idea de que el "Estado de derecho" es una ilusión y es una forma específica de ejercicio de la violencia.
En el § 8 el Estado despótico es presentado como "la formación de base, el horizonte de toda la historia" (Deleuze & Guattari, 2005, p. 224). La figura del origen se utiliza en El Anti-Edipo para reforzar la opción metodológica por la ruptura de la sucesión de los modos de producción y sus formas estatales. El Estado despótico no es una formación concreta entre otras, razón por la cual no se lo trata de modo comparativo:
Común horizonte de lo que viene delante y de lo que viene después, no condiciona la historia universal más que con la condición de estar, no fuera, sino siempre al lado, el monstruo frío que representa la manera, cuya historia está en la "cabeza", en el "cerebro", el Urstaat. (Deleuze & Guattari, 2005, p. 227)
El capítulo tercero de El Anti-Edipo tiene por objetivo central evidenciar la presencia de un modelo de Estado -el despótico-, que permanece latente, que no se puede igualar en su tipicidad ideal pero que no deja de imitarse en nuevas formaciones sociales, incluida la capitalista.
El Urstaat funciona como una idea reguladora, como un principio de reflexión a partir del terror, que organiza en un todo las partes y los flujos en las distintas formaciones sociales, modificando las figuras bajo las que aparece en relación con ellas: "En una palabra, no cesa de ser artificial, pero se vuelve concreto, 'tiende a la concretización', al mismo tiempo que se subordina a las fuerzas dominantes" (Deleuze & Guattari, 2005, p. 228). El Urstaat en su propia singularidad permite volver inteligible el modo en que funciona el capitalismo4 y, por otra parte, tiende a concretizarse en él.
5. La trampa del deseo
En El Anti-Edipo el deseo se manifiesta como una trampa por estar doblemente ligado; por un lado, enlazado al campo social más descodificado -al límite exterior del capitalismo: esquizofrenia y nomadismo-, y por otro lado está ligado a la interioridad, la mala conciencia, la culpabilidad. Aspectos que serán retomados para el desarrollo de la crítica al complejo de Edipo.
Esta segunda posición de deseo en el campo social está asociada a la emergencia de un "deseo de Estado", de un "deseo del deseo de Estado", que no se desprende del grado de desarrollo objetivo de las estructuras institucionales correspondientes sino que se corresponde con el momento paradigmático de todo Estado: el Urstaat.
Si bien en El Anti-Edipo el deseo de Estado parece estar asociado más claramente al despotismo, en Mil Mesetas este análisis sufre una transformación: la posición del deseo de Estado puede registrarse desde las llamadas sociedades sin Estado (v. Deleuze & Guattari, 2008) hasta el capitalismo.
Nietzsche en La genealogía de la moral ya había dado cuenta de que los conceptos de preeminencia política se diluyen en conceptos de preeminencia anímica. El Estado encierra al hombre-animal para domesticarlo; para ello, asimismo, opera una represión que lo vuelve hacia el interior de su vida, bajo las figuras de la culpa y la mala conciencia:
Aquellos terribles bastiones con que la organización estatal se protegía contra los viejos instintos de la libertad -las penas sobre todo cuentan entre tales bastiones- hicieron que todos aquellos instintos del hombre salvaje, libre, vagabundo, diesen vuelta a tras, se volviesen contra el hombre mismo... este animal al que se quiere "domesticar" y que se golpea furioso contra los barrotes de su jaula, este ser al que le falta algo, devorado por la nostalgia del desierto, que tuvo que crearse a base de sí mismo una aventura, una cámara de suplicios. fue el inventor de la "mala conciencia". (Nietzsche, 1987, pp. 96-97)
La voluntad del déspota -así como la del padre- no es solo algo incuestionable y que se debe honrar, sino también algo que demanda la renuncia de lo pulsional. La domesticación no solo genera cierto malestar con la cultura, como lo señalan Nietzsche y Freud, sino también cierta satisfacción, que anida en el obedecer. En este sentido, una de las preocupaciones del texto Moisés y la religión monoteísta es dilucidar la relación entre un proceso de espiritualización de la conciencia y la satisfacción sustitutiva (Freud, 2007, pp. 122-123) que produce la renuncia pulsional.
Sobre el flujo del deseo se realiza la represión de los flujos no codificables a través de la figura edípica, es la colonización realizada por otros medios. La figura edípica se vincula con la deuda infinita, de modo que "cuanto más la reproducción social escapa a los miembros del grupo, en naturaleza y en extensión, más se vuelca sobre ellos o los vuelca a ellos en una reproducción familiar restringida y neurotizada de la cual Edipo es el agente" (Deleuze & Guattari, 2005, p. 176).
Lo que se reprime es la reproducción deseante, los aspectos que introducirían desorden o revolución, los flujos no codificados del deseo. Edipo codifica lo que escapa a los códigos, o bien desplaza al deseo y a su objeto, o bien sustituye la producción deseante por un sistema de creencias y de conciencia. Resuenan las tesis de La genealogía de la moral del siguiente modo:
Toda la estupidez y arbitrariedad de las leyes, todo el dolor de las iniciaciones, todo el aparato perverso de la educación y la represión, los hierros al rojo y los procedimientos atroces no tienen más que un sentido: enderezar al hombre, marcarlo en su carne, volverlo capaz de alianza, formarlo en la relación acreedor - deudor que, en ambos lados, es asunto de la memoria. (Deleuze & Guattari, 2005, p. 197)
El déspota es un paranoico, y sus burócratas, unos perversos. El déspota se retira de la vida y de la tierra para juzgar desde las alturas (principio de conocimiento paranoico). Esta máquina despótica tiene al déspota - padre - divinidad en la cima:
Los stocks forman el objeto de una acumulación, los bloques de deuda se convierten en una relación infinita bajo la forma de tributo. Toda la plusvalía de código es objeto de apropiación [para] el mantenimiento del soberano, de su corte y de la casta burocrática. (Deleuze & Guattari, 2005, p. 201)
La sobrecodificación es la operación que constituye la esencia del Estado frente al horror que producen los flujos de deseo no codificados. Por otra parte, la nueva inscripción despótica convierte al deseo en el objeto del soberano aun cuando sea objeto de instintos de muerte. La deuda infinita hacia el soberano permite esta captura: "El deseo ya no se atreve a desear, devenido deseo del deseo, deseo del deseo del déspota" (Deleuze & Guattari, 2005, p. 213).
El deseo procede de una investidura libidinal de una máquina de Estado, que sobrecodifica las máquinas territoriales y suprime las máquinas deseantes:
El estado es deseo que pasa de la cabeza del déspota al corazón de los subditos y de la ley intelectual a todo el sistema físico que en él se origina o se libera. Deseo del Estado, la más fantástica máquina de represión todavía es deseo, sujeto que desea y objeto de deseo. Deseo: operación que siempre consiste en volver a insuflar el Urstaat original en el nuevo estado de cosas, en volverlo inmanente, en lo posible, al nuevo sistema, interior a éste. (Deleuze & Guattari, 2005, p. 228)
El ser objetivo y colectivo del deseo es el deseo del déspota, el deseo del sujeto no es más que "deseo del deseo del déspota". Pero esto no puede darse más que en un signo vacío, no puede encarnarse más que en un objeto inaccesible, perdido o faltante, y -a su vez- causa alejada en altura. El déspota, como presupuesto divino y causa trascendente aparente, hace de la existencia misma de los sujetos una deuda insuperable.
La eficacia de la estructura del modo de producción asiático en el deseo inconsciente es ilustrada en el capítulo tercero por la figura del cuerpo del déspota. El cuerpo del déspota es la realidad libidinal del Estado, es el representante del deseo inconsciente en esta formación social. Es el cuerpo pleno sin órganos que rechaza o atrae sobre él los órganos sociales, se los apropia como su causa, motor inmóvil de todo movimiento y fuente de toda fecundidad: todos los órganos de todos los sujetos se enganchan al cuerpo lleno del déspota y tienen ahí sus representantes intensivos. Es el imperio espiritual, una máquina de represión. Si algún órgano se desengancha del cuerpo del déspota, este ve en aquel un enemigo que le dará muerte.
El cuerpo del déspota, en la máquina capitalista pasa a un estado latente en provecho de otro nuevo cuerpo lleno: el capital. Este es el motor inmóvil de la máquina capitalista, presupuesto natural y divino que atrae y rechaza a los órganos y los flujos sociales, apropiándoselos y reprimiéndolos.
6. Consideraciones finales
En el capítulo tercero de El Anti-Edipo el Estado comienza a ser analizado como un agenciamiento, tesis que se reforzará en Mil Mesetas. Todo agenciamiento remite, en última instancia, al campo de deseo sobre el cual se constituye, y permanece afectado por cierto desequilibrio en las relaciones de fuerza, entre aquello que aplasta al deseo y aquello que lo hace fugar. En todo agenciamien-to puede identificarse y describirse el acoplamiento variable de un conjunto de relaciones materiales y de un régimen de signos correspondientes.
A partir de lo desarrollado, en primer lugar queda desalojada una idea de la Historia evolucionista o progresiva, que jerarquiza las distintas formaciones sociales. Existe coexistencia y presuposición recíproca de las diversas formaciones sociales, y entre las diversas formas estatales se encuentra un isomorfismo. La descripción del despotismo oriental, y su estatuto de categoría abstracta en el desarrollo del capítulo, evidencia la unidad presupuesta entre los Estados modernos y lo primitivo originario, representado por la figura del Urstaat. No existe evolución, ni causalidad lineal entre las formaciones sociales, sino simultaneidad de los momentos reales, virtuales y actuales.
La compleja paradoja en la que se desarrolla el capítulo se balancea entre la existencia de un isomorfismo entre las formas estatales y, a su vez, la no equivalencia entre ellas: una poliformía real de los modelos que ponen en obra el proceso de domesticación del deseo del animal-hombre y la constitución de formaciones coloniales íntimas.

1 La palabra Urstaat está construida por condensación de la ciudad de Ur en el Antiguo Testamento (Génesis, 15) y del Urzene de los fantasmas originarios en Freud.
2 Asimismo, hay que aclarar que ninguna sociedad soportaría la producción deseante "pura", esta es el límite absoluto de la primera.
3 El desarrollo de esta tesis se despliega en los parágrafos posteriores al octavo pero, por razones de espacio, no desarrollaremos aquí sus detalles.
4 Queda pendiente, para un trabajo futuro, realizar una comparación entre este abordaje metodológico y el desarrollado por Giorgio Agamben bajo la noción de paradigma en la saga Homo Sacer.

Bibliografía
Deleuze, G. (2008). Nietzsche y la filosofía. Barcelona: Anagrama.         [ Links ]
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Nietzsche, F. (1987). Lagenealogía de la moral. Madrid: Alianza Editorial.         [ Links ]

El antiedipo: entrevista a Gilles Deleuze y Felix Guattari

El antiedipo: entrevista a Gilles Deleuze y Felix Guattari L'Arc, n.º 49, 1972. 

Entrevista con Catherine Backes-Clément 

 - Ustedes oponen constantemente un inconsciente esquizoanalítico, compuesto de máquinas deseantes, al inconsciente psicoanalítico, al que dirigen toda clase de críticas. 
Utilizan la esquizofrenia como patrón de referencia. 
Pero, ¿dirían ustedes sinceramente que Freud ignoraba el dominio de las máquinas o, al menos, de los aparatos? ¿Dirían que no comprendió el campo de la psicosis? 

 - F.G.- Es complejo. En ciertos aspectos, Freud tenía plena conciencia de que su verdadero material clínico, su base clínica procedía de la psicosis, de Bleuler y Jung. Y esto es así hasta el final: todas las novedades del psicoanálisis, desde Melanie Klein hasta Lacan, proceden de la psicosis. Por otra parte, está el caso de Tausk: es posible que Freud temiese una confrontación de los conceptos analíticos con la psicosis. El comentario sobre Schreber revela todo tipo de ambigüedades. En cuanto a los esquizofrénicos, se tiene la impresión de que a Freud no le gustan en absoluto, dice sobre ellos cosas horribles, extremadamente desagradables... Ahora bien, es cierto, como usted dice, que Freud no ignoraba la maquinaria del deseo. El deseo, las maquinarias del deseo son incluso el descubrimiento propio del psicoanálisis. Nunca en el psicoanálisis dejan de zumbar, de chirriar, de producir. Y los psicoanalistas no dejan nunca de alimentar o de realimentar las máquinas, sobre un fondo esquizofrénico. Pero quizá hacen o desencadenan cosas de las que no tienen clara conciencia. Quizás su práctica implica operaciones incipientes que no aparecen con claridad en la teoría. No hay duda de que el psicoanálisis ha perturbado toda la medicina mental, como una especie de máquina infernal. Aunque ya desde el principio estuviese sometido a compromisos, causaba perturbaciones, imponía nuevas articulaciones, revelaba el deseo. Usted acaba de invocar los aparatos psíquicos tal y como son analizados por Freud: aparece ahí todo un aspecto de maquinaria, de producción de deseo y de unidades de producción. Pero hay otro aspecto: la personificación de estos aparatos (el super-yo, el yo, el ello), una escenografía teatral que sustituye las verdaderas fuerzas productivas del inconsciente por simples valores representativos. Así es como las máquinas del deseo se convierten progresivamente en maquinarias teatrales: el super-yo, la pulsión de muerte como deus ex machina. Tienden progresivamente a funcionar fuera de la escena, entre bastidores. O bien como máquinas de ilusión, de producción de efectos. Toda la producción de-seante queda anonadada. Nosotros decimos estas dos cosas al mismo tiempo: Freud descubre el deseo como libido, como deseo que produce; pero no cesa de enajenar la libido en la representación familiar (Edipo). 
Sucede con el psicoanálisis igual que con la economía política tal y como la veía Marx: Adam Smith y Ricardo descubren la esencia de la riqueza como trabajo que produce, pero no cesan de enajenarla en la representación de la propiedad. El deseo se proyecta sobre una escena de familia que obliga al psicoanálisis a ignorar la psicosis, a no reconocerse sino en la neurosis, y a dar una interpretación de la propia neurosis que desfigura las fuerzas del inconsciente. 

 - ¿Es esto lo que quieren decir cuando hablan de un “giro idealista” en psicoanálisis, asociado a Edipo, y cuando se esfuerzan en oponer al idealismo psiquiátrico un nuevo materialismo? ¿Cómo se articulan el materialismo y el idealismo en el dominio del psicoanálisis? 

 G. D.- El objeto de nuestros ataques no es la ideología del psicoanálisis sino el psicoanálisis en cuanto tal, tanto en su práctica como en su teoría. Y no hay, en este aspecto, contradicción alguna en sostener que el psicoanálisis es algo extraordinario y, al mismo tiempo, que desde el principio marcha en una dirección errónea. El giro idealista está presente desde el comienzo. Pero no as contradictorio: aunque la putrefacción ya está en el origen, en ella crecen espléndidas flores. Lo que nosotros llamamos idealismo en el psicoanálisis es todo un sistema de proyecciones y reducciones propias de la teoría y de la práctica del análisis: reducción de la producción deseante a un sistema de representaciones llamadas inconscientes, y a las formas de motivación, de expresión y de comprensión correspondientes; reducción de la fábrica del inconsciente a un escenario dramático, Edipo o Hamlet; reducción de las catexis sociales de la libido a catexis familiares, desviación del deseo hacia coordenadas familiaristas. Edipo, una vez más. No queremos decir que el psicoanálisis haya inventado a Edipo. Se limita a responder a la demanda, cada cual se presenta con su Edipo. El psicoanálisis no hace más que elevar Edipo al cuadrado 
-un Edipo de transferencia, un Edipo de Edipo- en la ciénaga del diván. Pues, ya sea familiar o analítico, Edipo es fundamentalmente un aparato de represión de las máquinas deseantes, en absoluto una formación propia del inconsciente en cuanto tal. Tampoco deseamos sostener que Edipo, o sus equivalentes, varíen según las formaciones sociales consideradas. Estamos más inclinados a creer, como los estructuralistas, que se trata de una constante. Pero es la constante de una desviación de las fuerzas del inconsciente. Por eso atacamos a Edipo: no en nombre de unas sociedades que no implicarían a Edipo, sino debido a la sociedad que lo implica de un modo eminente, la nuestra, la capitalista, No atacamos a Edipo en nombre de ideales pretendidamente superiores a la sexualidad, sino en nombre de la propia sexualidad, que no se reduce al “sucio secretito de familia”. No establecemos diferencia alguna entre las variaciones imaginarias de Edipo y la constante estructural, puesto que se trata en ambos extremos del mismo atolladero, del mismo avasallamiento de las máquinas deseantes. Lo que el psicoanálisis llama a solución o la disolución de Edipo es en extremo cómico, ya que se trata precisamente de la puesta en marcha de la deuda infinita, el análisis interminable, la epidemia edípica, su transmisión de padres a hijos. Cuánto desatino, cuántas estupideces han podido decirse en nombre de Edipo, especialmente a propósito de los niños. Una psiquiatría materialista es aquella que introduce la producción en el deseo y viceversa, la que introduce al deseo en la producción. El delirio no remite al padre, ni siquiera al nombre del padre, sino a todos los nombres de la Historia. Es algo así como la inmanencia de las máquinas deseantes en las grandes máquinas sociales, Es la ocupación del campo social histórico por parte de las máquinas deseantes. Lo único que el psicoanálisis ha comprendido de la psicosis es su línea "paranoica”, la que conduce a Edipo, a la castración y a todos esos aparato. represivos que se han inyectado en el inconsciente. Pero el fondo esquizofrénico del delirio, la línea “esquizofrénica" que diseña un campo ajeno a la familia, se le ha escapado por completo. Foucault decía que el psicoanálisis seguía siendo sordo a la voz de la sinrazón. Y, efectivamente, d psicoanálisis lo neurotiza todo y, mediante tal neurotización, no contribuye únicamente a producir esa neurosis cuya curación es interminable, sino al mismo tiempo a reproducir al psicótico como aquel que se resiste a la edipización. Carece por completo de una posibilidad de acceso directo a la esquizofrenia. Y pierde igualmente la naturaleza inconsciente de la sexualidad debido a su idealismo, al idealismo familiarista y teatral. 

 - Su libro tiene un aspecto psiquiátrico o psicoanalítico, pero también un aspecto político y económico, ¿Cómo conciben ustedes la unidad de estos dos aspectos? ¿Intentan ustedes recuperar de algún modo la tentativa de Reich? Hablan ustedes de catexis fascistas, tanto al nivel del deseo como al del campo social. Se trata en tal caso de algo que claramente concierne al mismo tiempo a la política y al psicoanálisis. Pero no se comprende bien qué es lo que ustedes opondrían a esas catexis fascistas. ¿Qué es lo que se puede contraponer al fascismo? Se trata de una cuestión que no concierne únicamente a la unidad de este libro, sino también a sus consecuencias prácticas: y estas consecuencias son de una enorme importancia, porque si nada impide esas “catexis fascistas”, si ninguna fuerza las contiene, si lo único que puede hacerse es constatar su existencia, ¿cuál es el significado de su reflexión política y de su intervención en la realidad? 

 F. G.- Sí, como tantos otros, nosotros anunciamos el desarrollo de un fascismo generalizado. Aún no ha hecho más que empezar, no hay razones para que el fascismo no siga creciendo. Mejor dicho: o bien se construye una máquina revolucionaria capaz de hacerse cargo del deseo y de los fenómenos del deseo, o bien el deseo seguirá siendo manipulado por las fuerzas de opresión y represión y terminará amenazando, incluso desde el interior, a las propias máquinas revolucionarias. Distinguimos dos clases de catexis en el campo social: las catexis preconscientes de interés y las catexis inconscientes de deseo. Las catexis de interés pueden ser realmente revolucionarias y, no obstante, permitir la subsistencia de catexis inconscientes de deseo que no lo son o que incluso son fascistas. En cierto sentido, lo que llamamos esquizoanálisis tendría su punto ideal de aplicación en los grupos, y especialmente en los grupos militantes: es en ellos en donde se dispone de modo más inmediato de un material ajeno a la familia, donde aparece el funcionamiento a veces contradictorio de las catexis. El esquizoanálisis es un análisis militante, libidinal-económico, libidinal-político. Al contraponer esos dos tipos de catexis sociales, no estamos contraponiendo el deseo, como fenómeno suntuario o romántico, a los intereses, que serían económicos y políticos; al contrarío, pensamos que los intereses se encuentran siempre emplazados allí donde el deseo ha predeterminado su lugar. Igualmente, no hay revolución conforme a los intereses de las clases oprimidas a menos que el deseo haya adoptado una posición revolucionaria que comprometa a las propias formaciones del inconsciente. Porque el deseo, en todos los sentidos, forma parto de la infraestructura (no creemos en absoluto en conceptos como el de ideología, que no sirve de nada a la hora de analizar los problemas: no hay ideologías). La amenaza permanente contra los aparatos revolucionarios estriba en hacerse una idea puritana de los intereses, que nunca se realizan más que en provecho de una franja de la clase oprimida que realimenta una casta y una jerarquía por completo opresiva. Cuanto más se asciende en una jerarquía, incluso aunque se trate de una jerarquía seudo-revolucinaria, menos posible será la expresión del deseo (por contra. tal expresión aparece en las organizaciones de base, aunque sea muy deformada). A este fascismo del poder nosotros contraponemos las líneas de fuga activas y positivas, porque tales líneas conducen al deseo, a las máquinas del deseo y a la organización de un campo social de deseo: no se trata de que cada uno escape "personalmente”, sino de provocar una fuga, como cuando se revienta una cañería o cuando se abre un absceso. Dejar que pasen los fluidos por debajo de los códigos sociales que pretenden canalizarlos o cortarles el paso. Toda posición de deseo contra la opresión, por muy local y minúscula que sea, termina por cuestionar el conjunto del sistema capitalista, y contribuye a abrir en él una fuga. Denunciamos toda la temática de la oposición hombre-máquina, el hombre alienado por la máquina, etc. Desde el movimiento de Mayo, el poder, apoyado por las seudo-organizaciones de izquierda, ha intentado hacer creer que sólo se trató de unos cuantos niños mimados que luchaban contra la sociedad de consumo, mientras que los obreros de verdad sabían perfectamente dónde estaban sus intereses... Pero jamás hubo lucha contra la sociedad de consumo (noción imbécil donde las haya. Al contrario, lo que decimos es que aún no hay suficiente consumo, aún no ha suficiente artificio, los intereses no estarán jamás de parte de a revolución hasta que las líneas dé deseo no alcancen el punto en el que e deseo y la maquina, el deseo y el artificio, sean una sola cosa, el punto en el que se rebelen por ejemplo contra los llamados “datos naturales” de la sociedad capitalista. Nada más fácil que alcanzar ese punto, pues el más minúsculo de los deseos se eleva hasta él, y al mismo tiempo nada más difícil, porque comporta todas las catexis del inconsciente. 

 G. D.- En este sentido. la cuestión de la unidad del libro está fuera de lugar. Hay, ciertamente, dos aspectos: el primero es una crítica de Edipo y del psicoanálisis; el segundo, un estudio acerca del capitalismo y de sus relaciones con la esquizofrenia. Pero el primer aspecto depende estrechamente del segundo. Atacamos al psicoanálisis en los siguientes puntos (que conciernen tanto a su teoría como a su práctica): su culto a Edipo, su reducción de la libido a catexis familiaristas, incluso bajo las formas encubiertas y generalizadas del estructuralismo o del simbolismo. Decimos que la libido actúa mediante catexis inconscientes que difieren de las catexis preconscientes de interés, pero que, como estas últimas, conciernen al campo social. Sea una vez más el caso del delirio: nos preguntan si hemos visto alguna vez un esquizofrénico, pero nosotros preguntamos a los psicoanalistas si ellos han escuchado alguna vez un delirio. El delirio no es familiar, sino histórico-mundial. Se delira a propósito de los chinos de los alemanes, de Juana de Arco y del Gran Mongol acerca de los arios y los judíos, del dinero, del poder y de la producción, y no en absoluto sobre papá y mamá. Aún más: la famosa “novela familiar” depende estrechamente de las catexis sociales inconscientes que aparecen en el delirio, y no a la inversa. Intentamos mostrar en qué sentido esto es ya cierto en la infancia. Proponemos un esquizoanálisis que se contrapone al psicoanálisis. Basta con atenerse a los dos escollos principales con los que tropieza el psicoanálisis: es incapaz de llegar a las máquinas deseantes de cualquiera porque se mantiene en las figuras o estructuras edípicas; es incapaz de llegar a las catexis sociales de la libido porque se queda en las catexis familiaristas. Esto se observa a la perfección en el ejemplar psicoanálisis in vitro del Presidente Schreber. Lo que a nosotros nos interesa (y que, en cambio, no interesa en absoluto a los psicoanalistas) es esto: ¿Cuáles son tus máquinas deseantes? ¿Cuál es tu manera de delirar el campo social? La unidad de nuestro libro consiste en que entendemos que las insuficiencias del psicoanálisis, así como su ignorancia del fondo esquizofrénico, están vinculadas a su profunda pertenencia a la sociedad capitalista El psicoanálisis es como el capitalismo: la esquizofrenia es su límite, pero no deja de desplazar el límite ni de intentar conjurarlo. 

 - Su libro está lleno de referencias, de textos que se utilizan generosamente, tanto en su propio sentido cuanto a veces contra él, pero se trata, en cualquier caso, de un libro cuyo subsuelo es una “cultura" precisa. Reconocen ustedes una gran importancia a la etnología, y sin embargo poca a la lingüística; otorgan gran relevancia a ciertos novelistas ingleses y americanos, pero apenas a las teorías contemporáneas de la escritura. Más concretamente, ¿por qué ese ataque a la noción de significante, y cuáles son las razones que les hacen rechazar su sistema? 

 F. G.- No tenemos nada que ver con el significante. No somos los únicos ni los primeros. Puede verse el caso de Foucault, o el reciente libro de Lyotard. La oscuridad de nuestra crítica del significante se debe a que se trata de una entidad difusa que todo lo reduce a una máquina obsoleta de escritura. La oposición exclusiva y coercitiva entre significante y significado está obsesionada por el imperialismo del Significante, tal y como emerge con las máquinas de escritura. Todo remite directamente a la letra. Tal es la propia ley de la hipercodificación despótica. Nuestra hipótesis es ésta: el Significante es el signo del gran Déspota que, al retirarse, libera una región que puede descomponerse en elementos mínimos entre los que existen relaciones regladas. Esta hipótesis tiene la ventaja de explicar el carácter tiránico, terrorista y castra-dor dél significante. Se trata de un enorme arcaísmo que remite a los grandes imperios. Ni siquiera estamos seguros de que el significante pueda servir en el terreno del lenguaje. Por ello, nos hemos vuelto hacia Hjelmslev hace tiempo que él ha erigido una especie de teoría spinozista del lenguaje en el cual los flujos de contenido y de expresión prescinden del significante. El lenguaje como sistema de flujos continuos de contenido y expresión, troquelado mediante constructos maquínicos de figuras discretas y discontinuas. En este libro aún no hemos desarrollado nuestra concepción de los agentes colectivos de enunciación, una noción que pretende superar la escisión entre el sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación. Somos estrictamente funcionalistas: lo que nos interesa es cómo funcionan las cosas, cómo se disponen, cómo maquinan. El significante pertenece aún al dominio de la pregunta: “¿Qué quiere decir esto incluso es esta misma cuestión en cuanto borrada. Para nosotros el inconsciente no quiere decir nada, ni tampoco el lenguaje. El fracaso del funcionalismo se debe a que se ha intentado aplicar a dominios que le son extraños, a grandes conjuntos estructurados que, por serlo, no pueden estar formados de la manera en que funcionan. El funcionalismo, al contrario, no tiene rival en el dominio de las micro-multiplicidades, de las micro-máquinas, de las máquinas deseantes, de las formaciones moleculares. Y, a este nivel, no hay en absoluto máquinas cualificadas de tal o cual manera, como por ejemplo una máquina lingüística, porque hay elementos lingüísticos en toda máquina, en convivencia con elementos de otro tipo, El inconsciente es un micro-inconsciente, es molecular, y el esquizoanálisis es un micro-análisis, La única cuestión es cómo funciona, con qué intenciones, qué flujos, qué procesos, qué objetos parciales, cosas todas ellas que no quieren decir nada. 

 G. D.- Eso mismo es lo que pensamos de nuestro libro. De lo que se trata es de saber si funciona, y cómo y para quién. Es una máquina. No se trata de releer, habrá que hacer otras cosas. Es un libro hecho gozosamente, No nos dirigimos a quienes piensan que el psicoanálisis sigue el camino correcto y tiene una visión apropiada del inconsciente. Nos dirigimos a quienes piensan que es monótono, triste, como un runrún (Edipo, la castración, la pulsión de muerte, etc.). Nos dirigimos a los inconscientes que protestan. Buscamos aliados. Tenemos gran necesidad de aliados, Tenemos la impresión de que nuestros aliados están ya por ahí, que se nos han adelantado, que hay mucha gente que está harta, que piensan, sienten y trabajan en una dirección análoga a la nuestra. no se trata de una moda, sino de algo más profundo, una especie de atmósfera que se respira y en la que se llevan a cabo investigaciones convergentes en dominios muy diferentes. Por ejemplo, en etnología. O en psiquiatría. O el trabajo de Foucault: aunque no practicamos el mismo método, tenemos la impresión de coincidir con él en multitud de puntos, esenciales a nuestro modo de ver, del camino que él trazó antes que nosotros. Es verdad que hemos leído mucho, pero un poco al azar. Nuestro problema no estriba en un retorno a Freud o a Marx. No es una teoría de la lectura. Lo que buscamos en un libro es el modo en que abre el paso a algo que escapa a los códigos: flujos, líneas activas de fuga revolucionaria, líneas de descodificación absoluta que se oponen a la cultura. Incluso para los libros existen estructuras, códigos y ataduras edípicas, tanto más solapadas por cuanto no son figurativas sino abstractas. Lo que nos ha llamado la atención de los grandes novelistas ingleses y americanos es ese don del que los franceses casi siempre carecen, las intensidades, los flujos, libros-máquinas, libros para ser usados, esquizolibros. Tenemos a Artaud, y la mitad de Beckett. Quizá se reproche a nuestro libro el ser demasiado literario. pero estamos seguros de que este reproche procederá de profesores de literatura. Acaso tenemos la culpa de que Lawrence, Miller, Kerouac, Burroughs, Artaud o Beckett sepan más acerca de la esqui-zofrenia que los psiquiatras y los psicoanalistas? 

 - Pero ¿no se arriesgan ustedes a un reproche más serio? El esquizoanálisis que proponen es, de hecho, un anti-análisis; en consecuencia, se les podría reprochar que valoran la esquizofrenia de manera romántica e irresponsable; e incluso que tienen tendencia a confundir al revolucionario con el esquizo. ¿Cuál sería su actitud ante estas posibles críticas? 

 G. D.- F. G.- Sí, una escuela de esquizofrenia sería una buena idea. Liberar los flujos, ir siempre un poco más lejos en el artificio: el esquizo es el que está descodificado, desterritorializado. Dicho esto, no se nos puede responsabilizar de los disparates: siempre hay gente dispuesta a esgrimirlos (véanse los ataque contra Laing y la anti-psiquiatría), Hace poco se publicó en el Observateur un artículo cuyo autor (un psiquiatra) decía: doy muestras de mi valor al denunciar las corrientes modernas de la psiquiatría y la antipsiquiatría. Nada de eso. Lo que él hacía más bien era escoger el momento adecuado en el que la reacción política se atrinchera contra toda tentativa de cambio en el hospital psiquiátrico y la industria del medicamento, Siempre hay una política tras los disparates. Nosotros planteamos un problema muy sencillo, similar al de Burroughs frente a la droga: ¿se puede alcanzar la potencia de las drogas sin drogarse, sin autoproducirse como un loco drogado? Con la esquizofrenia pasa lo mismo. Por nuestra parte, diferenciamos, de un lado, la esquizofrenia como proceso y, de otro, la producción del esquizofrénico como entidad clínica apropiada al hospital: ambos están en proporción inversa, El esquizofrénico del hospital es alguien que ha intentado algo y ha fracasado, que se ha derrumbado. No decimos que el revolucionario sea esquizofrénico. Decimos que hay un proceso esquizofrénico de descodificación y desterritorialización cuya conversión en producción de esquizofrenia clínica sólo puede ser evitada por la actividad revolucionaria, Planteamos un problema que concierne a la estrecha relación que existe entre el capitalismo y el psicoanálisis, por una parte, y entre los movimientos revolucionarios y el esquizoanálisis, por otra. Paranoia capitalista y esquizofrenia revolucionaria, por así decirlo, pero no en el sentido psiquiátrico de estos términos sino, al contrario, a partir de sus determinaciones sociales y políticas, de las que sólo bajo ciertas condiciones se deriva su aplicación psiquiátrica. El esquizoanálisis tiene un solo objetivo, que la máquina revolucionaria, la máquina artística y la máquina analítica se conviertan en piezas y engranajes unas de otras. Si, una vez más, consideramos el caso del delirio, nos parece que tiene dos polos, un polo paranoico fascista y un polo esquizo-revolucionario. No deja de oscilar entre ambos polos. Esto es lo que nos interesa: la esquizia revolucionaria por contraposición al significante despótico. Por otra parte, no merece la pena contestar de antemano a los disparates, ya que son imprevisibles, como tampoco la merece luchar contra ellos cuando se producen. Es mejor hacer otras cosas, trabajar con quienes van en el mismo sentido. En cuanto a la responsabilidad o la irresponsabilidad, nada. sabemos de tales nociones: se las dejamos a la policía y a los psiquiatras de los tribunales.  
http://www.nodo50.org/dado/textosteoria/deleuze.rtf. 

 Publicado por Jeannine Zambrano en 1:41 p. m. Etiquetas: Sexualidad 3 comentarios: 

Unknown dijo... me da la impresión que en el deseo de Deleuze no hay objeto, como si los procesos revolucionarios fueran simplemente cambios de interruptor. reducir el trabajo y la acción social a una serie de pulsiones inconcientes desprovistas de toda construcción y objetivo(por que huele a sospecha). no creo que un esquizofrénico sea libre,por el contrario esta sometido igualmente por la farmacologia o los cuerpos médicos y en última instancia el veredicto social 5/8/10 4:15 p. m. 

Unknown dijo... Lo último que decís es justamente lo que Delleuze y Guattari critican, es aparato significante que clasifica en nosografías. Es el proceso de etiquetaje mismo. Y con respecto a los objetos yo creo que lo que proponen es la multiplicidad de ellos y no la ausencia, (que es uno de los concepto clave del psicoanálisis lacaniano) no centrándose en el retrato familiar. ¿que propone Lacan? El sinthome, el anudamiento significante que actúa como una marca de poder sobre el cuerpo. 5/8/13 1:41 p. m. 

Unknown dijo... Yo creo que Hay multiplicidad de objetos, que es justamente lo que proponen los autores, por oposición al psicoanálisis que propone la foto de familia y aún la ausencia misma de objeto (objeto a) siendo totalmente reduccionistas al respecto. 

Y lo último que escribís es justamente lo que estos autores critican, los procesos de clasificación y medicalización a través de amplias nosografías basadas en un criterio estadístico y normalizador, que es la marca del significante mismo sobre el sujeto, la marca del poder (¿del padre?, ¿de la madre? o de la cultura en su multiplicidad). El orden pertenece a la estructura, a los amos que ocupan las posiciones de clasificar e imponer. No hay que volver al Padre, sino hacer como los hermanos Karamazov. ¿Que clase social es la que domina el psicoanálisis? 5/8/13 1:49 p. m.

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